lunes, 14 de octubre de 2013
Me despertaron los gritos de ansiedad de Vyrellis. Tenía la sensación de que había pasado las últimas horas revolviéndose en su esfera (¿era acaso posible?); estaba claro que alguna fuerza la empujaba a él. El problema es que eran nuestras vidas las que estaban en juego, no la suya. Las miradas que intercambiamos al salir de las habitaciones dejaban claro que todos lo sabíamos, aunque nadie se atrevía a decirlo por miedo a oír lo que no queríamos que pasara.
Las tres cerraduras


Las tres llaves
Subimos hacia lo inevitable, las tres puertas que nos separaban de quien nos había arrebatado la libertad. Parecían aún más imponentes que la última vez que las vimos, quizás por la certeza de lo que estaba por suceder. Kanon comenzó usando la llave de mithril, como habíamos acordado. Uno tras otro, los mecanismos de su interior se accionaron entre sí. La siguiente reaccionó de un modo similar ante la de oro, aunque los sonidos duraron bastante más. Más aún en el caso de la tercera. Vyrellis habría soltado espuma por la boca de haber podido hacerlo. Supimos que estaban abiertas cuando se oyó un chasquido casi simultáneo. No había vuelta atrás. Escogimos entrar por la puerta de la derecha como podríamos haber escogido cualquier otra. Al abrir las hojas pudimos ver una estancia con varias puertas flanqueadas por estatuas que representaban un tiflin, el único que aparecía repetidamente por todas partes de aquella prisión.


- Era un poco egocéntrico, ¿no? - comenté.
- ¿Egocéntrico él? ¡El diccionario debería tener su imagen al lado de esa palabra! - además de nerviosa, Vyrellis estaba claramente irritada por la situación y el inminente encuentro.


Al fondo de la sala, un enorme plinto negro vibraba con energía oscura. No nos paramos a examinarlo porque enseguida oímos varias voces que sonaban en una espeluznante sintonía:


- ¿Quién se atreve a invadir nuestro santuario?


Las voces venían de varias criaturas similares al Karvakos que esperábamos ver, aunque con un aspecto sombrío, de otro plano. Recordé el comentario de Earsel sobre esa zona intermedia entre lo que podían ver nuestros ojos y el Páramo Sombrío, esa zona en la que el mago parecía haber decidido moverse, y un escalofrío recorrió mi espalda. No había tiempo que perder; entramos entre las sombras que plagaban el lugar. Eran sombras… pero no lo eran. De alguna manera, Karvakos podía materializarse en cualquiera de ellos en un momento dado, aunque por suerte no en más de uno a la vez.


- Así que éstos son los juguetes de mi querida zorrita - el mago de carne y hueso nos dedicó una mirada despectiva. - Tendremos que darles una lección; han allanado mi sitio. ¡No sé si estáis preparados o no, pero moriréis aquí!


Ian y yo, que en ese momento nos encontrábamos más cerca de él que los demás, intentamos protegernos sin éxito de una explosión abrasadora mientras Vyrellis no dejaba de proferir insultos que por suerte no todos podían entender. Cuando pudimos atacar a la figura, se volatilizó sin más, como las otras. Nos empezamos a abrir paso con facilidad entre las que podíamos ver. Con demasiada facilidad. En un momento dado, me acerqué demasiado al plinto y un zumbido de oscuridad me paralizó. Sentía mis huesos quebrarse y no podía hacer nada por evitarlo. Me faltaba el aire. No estaría contando esto si no fuera porque Derkin consiguió alejarme lo suficiente para poder asistirme. Al levantar de nuevo la vista, comprobé que ya no quedaba ninguna de aquellas sombras. No podía ser tan fácil.


No lo era. Ante nosotros había dos puertas. Decidimos ir por la derecha, ya que tras ella se oía un zumbido más fuerte que en la otra. Nos acercamos con cautela, hasta que Ian decidió derribarla de una patada.


- ¡Vamos, ya!


Karvakos estaba ante nosotros en una estancia dominada por una enorme pirámide y dos esferas de energía. Lo acompañaban dos de sus sombras, y pronto empezó a cambiar de una a otra, atacándonos con poderes mágicos desde diferentes posiciones. No estaban solos; a medida que acabábamos con sus sombras, otras nuevas venían a reemplazarlas. Entonces, un tremendo estallido de frío tiró al suelo a Derkin y a Ian. Derkin se levantó enseguida, pero Ian había caído junto a otro de los plintos que había en la sala, y yo sabía lo que significaba. Había que sacarlo de allí.


- ¡Sal de ahí! - le grité.


Entretanto, Kanon y Earsel habían acabado con las sombras que quedaban a la vista. Karvakos estaba solo, y nosotros en peligro. Ian no era capaz de alejarse del plinto, ni siquiera con mi ayuda. Una nueva explosión fría salió de la vara de Karvakos, y me sentí caer.


Abrí los ojos gracias a Derkin. Ian seguía ahí y lo asistí como pude. Se levantó cojeando. Otro par de nuevas sombras aparecieron, atacándonos. Había más y más, subiendo a la pirámide, hostigándonos. Éramos capaces de hacerlas caer, pero había demasiadas, por lo que nos centramos en hacer que su número disminuyera. Se volatilizaban, poco a poco, pero de manera constante. Dejaron de aparecer más. Miramos a nuestro alrededor: había una puerta más, la que no habíamos explorado. Ian se acercó mientras acabábamos con las últimas sobras. Lo que de allí salió era el propio Karvakos, que ya no disponía de más cuerpos para transmutarse.


- ¡Malditos aventureros, joder! - rugió.


Una flecha de Kanon acertó de pleno en él, aunque sabíamos que no bastaba con aquello. Earsel trató de alcanzarlo con varios ataques mágicos, pero uno tras otro fallaban.


- Yo no sirvo de nada contra este tío - resolló.


En ese momento cargué contra él, ciega de ira, tanto propia como la que me transmitía Vyrellis. Ian y Kanon lo atacaban también.


- ¡Os arrepentiréis de esta intromisión!
Los orbes de energía


Las esferas de energía se encogieron y empezaron a cederle su energía. Parte de sus heridas se cerraron. En un gesto innecesariamente cruel, se giró hacia Vyrellis antes de devolver el ataque a Kanon.


- ¡Puta!


Una oleada de truenos cayó sobre Kanon y Derkin. Atacábamos mientras nos auxiliábamos unos a otros. Golpes cada vez más fuertes, para él y para nosotros. Al límite de nuestras fuerzas, logramos acorralarlo en lo alto de la pirámide. Sus heridas eran mucho más graves que cuando había logrado curarse, y lo creímos a punto de caer. Nos equivocábamos.


- ¡Kanon, haz tu trabajo! - le indicó Derkin señalando al mago.


El arquero hizo, efectivamente, lo que mejor se le daba, pero una vez más las heridas del tiflin se cerraron en parte. Una explosión abrasadora nos dio de lleno a Ian y a mí, que estábamos subidos en la pirámide, y otra a Kanon, a quien entonces todos vimos caer. La energía de los orbes empezó a pugnar por salir del cuerpo de Karvakos. Su piel brillaba, llena de grietas de luz que se abrían más y más. Un gran estruendo y un fulgor blanco lo llenaron todo.

*****

Abrí los ojos. A decir verdad, lo que me había despertado era una sensación que creía olvidada: el aire fresco en la cara. Descansábamos en torno a un fuego en un refugio improvisado al aire libre. Me incorporé y vi a Derkin de pie examinando un bulto en el suelo mientras Earsel abría los ojos. Por un instante me pareció que se hacía menos corpórea, la batalla que acabábamos de pasar sin duda había supuesto una dura prueba también para mi mente. Ian estaba dormido a mi lado, sentado en un tronco. Aún me encontraba cansada y confusa, pero me temí lo peor al no ver por ninguna parte al semielfo. Mis temores se confirmaron cuando me acerqué y vi que el bulto al lado de Derkin era el cuerpo sin vida de Kanon. Me quedé sin respiración durante el instante en el que se me erizó la piel al verlo.

- ¡Otro no! - Earsel rompió a llorar al ver la escena.

Derkin empezó a llevar a cabo el ritual de resurrección que tristemente yo ya había tenido que presenciar en otra ocasión, así que me aparté para no desconcentrarlo. De nuevo sentí una fuerte presión en el pecho por la pérdida de un compañero. No creí que tendría que volver a pasar por esto tantas veces en tan poco tiempo. Recosté como pude a un Ian con el rostro agotado antes de buscar a Vyrellis entre mis pertenencias. La esfera seguía allí, pero donde antes estaba su cabeza ahora sólo aparecían tres orbes cuyo color correspondía al granate, la amatista y la adularia que tanto había costado conseguir. Al parecer, había desaparecido sin más dejándolas en su lugar. Tampoco la notaba. Ya no estaba.

Según supe más tarde por el propio Ian, todos salvo él mismo caímos víctimas de la explosión del cuerpo de Karvakos. La luz que emitían las esferas de energía de la estancia cada vez era mayor, hasta que pudo ver que en realidad se trataba de la propia luz del día; las paredes de la pirámide habían caído y el bosque nos rodeaba de nuevo. Pero el resto de la estructura se tambaleaba, por lo que nos asistió uno a uno como pudo antes de sacarnos. Para cuando llegó donde se encontraba Kanon, todo lo que acertó a hacer fue envolver su cuerpo con el sudario. Después, nos sacó de dos en dos: primero a Derkin y Earsel y luego a Kanon y a mí. Pensó que yo no habría querido que me salvara antes que al resto, y era verdad. Cuando todos estuvimos fuera, preparó como mejor supo un lugar para que pudiéramos recuperarnos, aunque ya era tarde para el explorador.

Earsel me preguntó si sabía dónde estábamos, pero entonces yo no tenía la menor idea de aquello, ni de cómo habíamos llegado hasta allí. Dada la situación, me pareció imprudente explorar más allá de nuestra pequeña base, así que me limité a esperar pacientemente a que las palabras de Derkin surtieran efecto. ¿Cuánto hacía que conocía a Kanon? La estancia en la pirámide había sido extraña, a veces parecía que el tiempo no pasaba en absoluto y otras habría jurado que llevábamos meses o años dentro. ¿Habíamos sido compañeros en la guardia de Luna Alta durante meses? ¿Llevábamos más aún viajando en grupo? ¿O menos? A veces había sido algo temerario, pero ¿quién no lo era de un modo u otro? No podía acabar así.

El tiempo pasaba lentamente mientras el clérigo continuaba concentrado en la resurrección de nuestro amigo. El cuerpo de Kanon estaba completamente ungido en óleos y Derkin recitaba incesantemante las oraciones del libro. Tenía la voz quebrada ya y sudaba copiosamente, pero no cejaba en su empeño. Empecé a notar algo de luz; el sol despuntaría en breve. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? Ian había tenido tiempo de despertarse, levantarse aún débil y unirse a nuestra espera. Aunque no podía estar segura, tenía la sensación de que el ritual se estaba alargando más de lo necesario. Era extraño, ¿acaso Kanon no quería volver? ¿O algo lo retenía al otro lado?

*****

Lancé una flecha más.

Karvakos seguía sin caer, a pesar de todas las veces que le había acertado. Notaba como las fuerzas se escapaban de mi cuerpo, pero la energía que había absorbido de aquellos orbes empezaba a escapar a su control. Miré a mis compañeros. Todos estaban tan cansados, heridos y desesperados como yo. Éste era el combate final en la pirámide. Si no acabábamos con él ahora, no saldríamos nunca de aquí.

Y de repente, Karvakos perdió el control. Las fuerzas que contenía salieron desbocadas abriendo enormes grietas en su cuerpo, y de pronto, una enorme explosión cegadora me envolvió.

Blanco.

Todo se volvió blanco.

Mi vista enfocaba poco a poco y la luz daba paso a otras formas. Esas formas se movían, y tenían un color ¿verde? ¡Hojas! ¡Eran hojas de un árbol! Y detrás el cielo, de un extraño color azul fuerte. Me encontraba tumbado en el suelo, en medio de un claro de un bosque frondoso, con el aire meciendo suavemente las ramas y las hojas de los árboles. Miré mis brazos y mi cuerpo: ninguna herida. Instintivamente busqué a mi espalda. No tenía mi arco ni mis flechas, y no veía a ninguno de mis compañeros por ningún lado. Una extraña sensación de paz me envolvía. Aunque no sabía qué me había pasado, todo parecía estar extrañamente... bien. En orden. Pero, ¿cómo había llegado hasta este lugar?

¡Lilith! ¡Ian! ¡Earsel! ¡Derkin!

Ninguna respuesta. Oí un susurro a mi espalda. Entonces me giré y lo vi. Era el animal más bello que había visto en mi vida. Un gran unicornio blanco, que brillaba como la luz de la mañana, estaba frente a mí en el claro. Había salido de la nada, ya que un instante antes no estaba allí, estaba seguro de ello.

Me miraba fijamente. Me acerqué. Había algo hipnótico en aquel animal. Cuando estaba a apenas medio paso de él, alzó la cabeza y dejó que le acariciara. Las leyendas dicen que los unicornios no son animales que se dejen tocar fácilmente, pero aquel me parecía extremadamente dócil y familiar.

"¿Cómo has llegado aquí?" - pregunté. "¿y cómo he llegado yo aquí?"- pregunté para mí mismo. El cuerno del unicornio brillaba. Lo miré, y recordé. Imágenes que venían a mi mente sin control: mi padre, el rostro de mi verdadero padre, el sufrimiento por abandonarme, cuando Bedaran me recogió y me crió lo mejor que supo, los escasos momentos felices de mi adolescencia, el miedo y la rabia en las calles de Calimshan, el amor y el dolor de perderlo, los felices días en el camino con Bedaran, la caza en los bosques, los compañeros de armas, las luchas y las victorias a veces casi imposibles, Leliana...

Todo parecía ahora verlo desde otro prisma. Todo cobraba sentido y hasta el peor de los dolores tenía una parte buena, una lección que sacar de él. Quité la mano de la cabeza del unicornio. Las imágenes se fueron, y de alguna manera, lo supe.

"Mielikki..." - susurré. Aquel unicornio era un avatar de Mielikki, la deidad de la caza y los exploradores.

Estoy... ¿muerto?.

Estoy muerto.

¿He muerto y Mielikki ha reclamado mi alma? ¿Por qué? Nunca he seguido a esta diosa.

"Ah, pero lo has hecho" - resonó en mi cabeza una voz. El unicornio. Provenía del unicornio."Cada vez que cazabas, cada vez que abatías a un enemigo, cada vez que seguías un rastro, cada vez que te ocultabas para acechar a tu presa, cada vez que usabas tu percepción para captar cosas que a otros se le escapaban... todas esas veces me seguías y venerabas, usabas los dones que se te han concedido." El unicornio miró el tatuaje de mi brazo. Con sorpresa advertí que estaba completo, no a medias.

Por un momento medité sobre aquello. Había sabiduría en aquellas palabras.

"¿Y ahora?" - pregunté. "He muerto y estoy en tu reino".

"Ahora" - prosiguió la voz del unicornio -"Debes elegir".

"¿Elegir?" - pregunté confuso.

"Mira tras de ti".

Me giré y vi como el claro del bosque se abría y mostraba una escena que conocía y había visto antes. Un clérigo enano intentaba con todas sus fuerzas realizar un encantamiento de resurrección sobre una figura inmóvil en el suelo de un claro del bosque. A su alrededor, una eladrín, una elfa y un humano miraban con expresión sombría los esfuerzos del clérigo, que parecía estar perdiendo la batalla y no ser capaz de resucitar a quien estaba en el suelo.

"¿Soy yo?"- pregunté girándome hacia el unicornio. "¿Están intentando resucitarme?"

"Sí. Debes elegir."-dijo la voz del unicornio en mi cabeza."Volver con ellos y seguir sirviéndome en el plano de los mortales... o permanecer aquí y cazar para siempre en los bosques de mis dominios. Servirme y guiar a otros cazadores como tú a encontrar este lugar."

Volver con mis compañeros, mis amigos y seguir con mi vida. Completar todo lo que aún no he hecho, envejecer, tener hijos, volverme más sabio... o seguir aquí, donde por primera vez en mi vida, estaba en paz, no sentía cargas, no sentía responsabilidades, no sentía dolor ni sufrimiento.

¿Quería volver?

Quería volver.

No quería volver.

No. Tenía que volver. Ahora lo sé. Me giré hacia el unicornio. De alguna manera sabía lo que iba a decir antes de que lo hiciera. Lo vi en sus extraños ojos.

"Sí" - respondió sin que preguntase. "Tu alma ya está atada a este lugar, y a mí. Si ahora te marchas, volverás" - dijo. "Pero... no habrá una tercera vez. La siguiente vez que nos veamos será la definitiva."

"¿Me obligarás a quedarme aquí la próxima vez?" - le respondí.

Algo parecido a una risa resonó en mi cabeza. "No" - escuché."Tú no querrás irte. Ya eres parte de este lugar."

Un cegador flash de luz me cegó y abrí los ojos. Todo estaba oscuro, salvo por un fuego que ardía cerca de mí. Miré a mi alrededor, y vi a Derkin con expresión de agotamiento y sufrimiento, y a Earsel, Lilith e Ian respirando con dificultad y sonriéndome.

Me quedé allí tumbado durante un rato. Reconocía cada árbol, cada roca de aquel claro. Era el mismo en el que había tenido el extraño encuentro con el unicornio. Miré mi tatuaje. Algo más completo pero no completo aún. Por alguna razón era incapaz de recordar el dibujo completo que había visto en mi... ¿sueño? ¿Lo habría soñado? No, había sido demasiado real. Pero algo en mí había cambiado, ahora tenía algo que no tenía antes.

Sabía que tenía un destino, una misión. Y un lugar al que llegar, tarde o temprano.

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