sábado, 5 de octubre de 2013
Desperté junto a Ian en la estancia del único camastro. ¿El motivo? Desde hacía tiempo ya nadie se planteaba un reparto diferente de habitaciones. Los demás habían pasado las últimas horas en el cuarto que tenía dos lechos. Justo antes de descansar, los demás se habían ocupado de explorar las estancias que habían quedado abiertas; yo estaba herida y agotada y me quedé atrás. Vieron un cofre en la estancia de la derecha, y dentro de él una armadura de cuero que resultó ser perfecta para Kanon. En la de la izquierda no encontraron nada de interés, aunque sí más espacio, y allí fue donde decidieron parapetarse los tres. Tampoco es que me pareciera mal, aunque la verdad es que no era el sitio más cómodo para descansar en el que había estado. La cama era muy estrecha y no despertamos repuestos del todo. Pensé que seguramente Kanon o Derkin sacarían conclusiones precipitadas al vernos, y supe que no me equivocaba al ver sus caras.

Al salir de la habitación pudimos presenciar una situación extraña cuando menos: Kanon reía a carcajadas mientras Derkin refunfuñaba y Earsel parecía reprenderlo. Al parecer una serie de acontecimientos habían llevado a que el clérigo perdiera definitivamente la muda que tenía. Con lágrimas en los ojos y con la voz entrecortada por lo jocoso de la situación, Kanon nos comentó que Derkin no había podido contener sus esfínteres mientras dormía, y que al despertar no se le ocurrió nada mejor que coger su ropa sucia y agitarla frente a Earsel pidiéndole que la limpiara. El clérigo ha encajado tan bien con el grupo que formamos que a veces olvido que en realidad no nos conoce tanto. Obviamente, la reacción de la maga fue volatilizar aquello con una llamarada. Y esta gente quiere darme lecciones de madurez.

Rescate
El rescate
Sólo quedaba una puerta por explorar. Kanon nos indicó que no percibía ningún tipo de voz al otro lado,  pero todos sentíamos un zumbido que más que en la cabeza, se nos metía en el cuerpo entero, acelerando nuestro pulso. Abrimos las dos hojas sin saber qué esperar. Antes de poder darme cuenta de lo que estaba pasando, me sentí arrastrada al interior de la sala junto con los demás. La pared del fondo tiraba de nosotros, no podíamos evitarlo. Hice acopio de todas mis fuerzas y finalmente pude resguardarme fuera, protegida por la pared. Kanon y Derkin habían logrado salir, pero Earsel seguía dentro mientras Ian trataba de sacarla de allí sin demasiado éxito. Entonces el semielfo sacó la cuerda de su petate y tiró dentro uno de los extremos, sujetando el otro. Enseguida fue absorbida también permitiéndoles sujetarse a ella, y entre Kanon y yo misma pudimos ayudarles a salir de allí.

Earsel rompió a llorar en cuanto cerramos de nuevo las puertas. Sofocada como estaba, le costó explicar que el portal se había tragado el único recuerdo de Andrew que conservaba: un colgante que llevaba consigo desde que murió. Cuando dijo esto, Kanon se volvió rápidamente hacia el fondo de la sala, a la zona donde estaba aquella misteriosa piedra. Enseguida volvió con una sencilla cadena plateada que la elfa prácticamente le arrebató de entre las manos.

- ¿Por qué nadie haría un portal que trae cosas aquí? - se preguntó el semielfo.

Ya más tranquila, Earsel empezó a examinar al golem que estaba tras la cortina, y Kanon pronto se le unió. La maga nos contó entonces que se trataba de una creación mágica perteneciente a algo perdido en el tiempo; era esa conexión mágica lo que hacía que el espectador no pudiera evitar ser transportado a otros tiempos al observarla.

- ¿Qué, os habéis cansado ya de ver piedrecitas? - se quejó Derkin, al que no le gustaba perder el tiempo con el mobiliario.

Supimos entonces que no podíamos posponerlo más: tendríamos que seguir por las puertas dobles que habíamos querido evitar. Parecía ser nuestro destino.

Al llegar, Kanon se aproximó con cuidado y escuchó. El sonido era el mismo que la vez anterior. Abrimos las puertas, e inmediatamente Vyrellis empezó a gritar de furia: sus ojos se clavaban en la ya conocida figura de un tiflin de piel purpúrea que presidía la escena desde el fondo de la sala.

- ¡Acabad con él y estaremos más cerca de nuestra libertad!

Además del mago, la sala estaba ocupada por tres enormes esqueletos armados con garrotes y dos calaveras en llamas, similares a la que habíamos combatido con anterioridad en una de las plantas inferiores. El suelo, el altar del final, los muebles… Todo estaba hecho de huesos, aunque no podíamos detenernos a examinar lo que nos rodeaba dado lo peligroso de la situación.
Huesos
La estancia de huesos

- ¡Separémonos, que es un jodío mago! - aconsejó el enano.

En un primer momento, los tres esqueletos se abalanzaron sobre nosotros, apenas dejándonos espacio para maniobrar, aunque pudimos reducirlos de manera relativamente rápida gracias a nuestras cada vez mejores estrategias de combate. El problema real eran los ataques a distancia. El problema era Karvakos.

- ¡Esto es el final; vais a acabar como yo, como nosotros! ¡Es cuestión de tiempo! ¡Morid!

Karvakos se adelantó, señaló a Kanon y entonces una mano de hielo negro lo agarró, dejándolo inconsciente. Justo después lanzó una tormenta de espíritus que empezaron a arremolinarse en torno a Ian y Derkin.

- ¡Es el fin! - rugió el mago, moviendo los espíritus tras el clérigo mientras éste trataba de huir.

En ese momento pensé que tenía que evitar que nos siguiera haciendo daño costase lo que costase, y decidí arriesgarme. Me teleporté a la plataforma ósea donde se encontraba nuestro enemigo. No contaba con que los huesos supusieran amenaza alguna. Me vi atrapada por montones de falanges despojadas de carne, todo lo que pude hacer fue atontar a las calaveras ígneas antes de tratar de escapar de su agarre.

Nuestros ataques seguían haciendo mella en los tres oponentes que quedaban en pie, pero el final aún estaba lejos. Karvakos era capaz de curar gran parte de sus heridas cada poco tiempo, y eso nos complicaba la tarea. De nuevo, lanzó una tormenta de espíritus sobre nosotros, y Derkin y yo nos ocupamos de socorrer a nuestros compañeros en peor condición. Estaba ocupada en esto cuando recibí un fuerte impacto de una de las calaveras, y todo se apagó.

Abrí los ojos de nuevo y vi que la situación había empeorado. Y mucho. Ya no había calaveras en llamas, pero estábamos en plena retirada, no podíamos aguantar mucho más. Corrí junto a la entrada junto con los demás. Cuando todos estuvimos al otro lado de las puertas de la estancia, las cerramos tras nosotros. Pero no iba a ser tan fácil; pese a todo Karvakos era un poderoso mago y como tal conocía los secretos de las puertas dimensionales. Apareció tras nosotros, bloqueando nuestra salida.

- ¡Estás taaaan muerto! - gritó Kanon tensando su arco. Sus ojos destilaban furia.

Karvakos
Karvakos
Atacamos con las pocas fuerzas que teníamos ya, sabiendo que en ese punto se trataba de él o de nosotros. Un par de golpes y desapareció. Ese malnacido había vuelto a teleportarse. No íbamos a permitir que escapara. Kanon irrumpió de nuevo en la sala; supe que nuestro enemigo estaba allí en cuanto lo vi atacar de nuevo. Media sonrisa cansada se dibujó en el rostro del semielfo.

- Earsel, todo tuyo.

La elfa se acercó caminando, levantó la mano derecha y una llamarada volatilizó el cuerpo del mago. Sus gritos duraron apenas un instante, pero no los olvidaríamos fácilmente.

- ¡Buscad la llave! - les indiqué a los demás mientras me acercaba.

Llegué a tiempo de ver una bola de oscuridad líquida subiendo hacia arriba desde el lugar donde había muerto el tercer aspecto. La llave estaba allí, como esperábamos. La guardé junto a las otras dos, íbamos a necesitarlas pronto para escapar al fin. La salida parecía estar tan cerca y a la vez tan lejos... Todos habíamos perdido la noción del tiempo a esas alturas. Derkin revisó las ropas que había pertenecido a Karvakos y vio que la capa podría serle útil, así que decidió quedársela. Earsel estaba absorta con aquel lugar, caminaba hacia dentro sin dejar de sorprenderse:

- Parece un trabajo inacabado… ¡Estaba intentando salir de la Pirámide!

Derkin frunció el ceño y se dirigió hacia ella con paso firme; definitivamente pensaba que no era el momento para divagar de esa manera.

- ¡Que no, que nos vamos! - dijo, echándosela al hombro como un fardo.
- ¡Maldito enano inculto! ¿Quieres dejarme estudiar tranquila? - chilló mientras se contoneaba, logrando escurrirse con facilidad.

Kanon miraba la escena entre divertido e interesado en… otras cosas. Ya habíamos visto en otras ocasiones cómo determinadas curvas eran capaces de hacerle perder la concentración.

- Habrá que dejar a la niña que se entretenga un rato mientras nosotros recuperamos el resuello - rió Derkin.

Sin embargo, al poco rato la elfa volvió con gesto de decepción. Al parecer todo lo que podía interesarnos estaba entre los restos mortales del tiflin. Empezó a examinar la llave que acababa de sacar de entre los ropajes de Karvakos mientras Vyrellis no dejaba de gritarnos que nos diéramos prisa. Aparentemente estaba fabricada en oro y era de factura enana, pero no pudo averiguar mucho más y acabó cediéndomela. Derkin se asomó también y pudimos leer claramente la inscripción en enano que la decoraba:

- Fuerza, segunda.

Recordamos que la planta superior tenía tres puertas. Hasta ahora no nos habíamos planteado si había que abrirlas en un orden determinado, pero todo apuntaba a que era así. Sacamos las otras dos para tratar de darle un sentido a todo aquello.

- La noche es mía - decía en élfico la de mithril.

La de adamantita estaba escrita en un idioma que me resultaba desconocido. Al verla, Kanon echó un vistazo rápido por encima de mi hombro y leyó:

- Primera en dureza, no en posición.
- ¿Qué idioma es ése? - pregunté.
- Dracónido. ¿No sabíais que lo hablaba? Tuvimos un compañero que me lo enseñó, Dotar, los demás no lo conocisteis…
- Ah, un rollete de una noche de verano entonces - comentó Derkin entre risas.
- ¡Era un hombre!
- A eso iba…

Hacía bastante que conocía a Kanon, pero esto me sorprendió. No le gustaba hablar de sí mismo salvo para bromear, y a veces costaba distinguir la realidad de la fantasía que le gustaba crear alrededor de su persona. En cualquier caso, siempre resultaba útil saber que uno de los nuestros era capaz de entender un nuevo idioma.

Vyrellis no dejaba de apremiarnos a voz en grito para que continuáramos, pero sabíamos que no podíamos. No sin reponernos. Conocíamos nuestras fuerzas, y tal y como eran los fragmentos de Karvakos con los que nos habíamos encontrado, supimos que teníamos que estar en nuestra mejor condición física y mental posible si queríamos tener alguna posibilidad frente a su aspecto completo.

Bajamos a las habitaciones heladas que estaban junto al escondrijo del dragón. De nuevo, la distribución fue la habitual. Esta vez, sin embargo, me importaba menos darles de qué hablar al resto. Nos esperaba Karvakos, quizás no saldríamos vivos de allí.

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