sábado, 21 de julio de 2012
Diario de Andrew Wiggin
Vigésimo segundo día de Alturiak, 1480 DR 

Mientras mis compañeros daban cuenta de los últimos enemigos, eleve una plegaria para retrasar la entrada de Krand al reino de Kélemvor. Teníamos que interrogarle para saber qué estaba pasando.

Entre sus ropajes, encontré la daga que buscaba Gendar y una carta, según la cual habían vendido los esclavos a Murkelmor Grimmerzhul, un dwergar que frecuenta en ocasiones el salón de las siete columnas. Intentamos obtener más información sobre el paradero de los esclavos, pero Krand, entre exabruptos y maldiciones, se negó a darnos más información. Afirmó además no saber nada sobre la plaga que asolaba las granjas. Podía sentir cómo se enfriaba el rastro de la desolación. Cegado por la ira, le dí muerte con su propia daga, un arma sacrificial de Lolth. En ese momento, mis cicatrices empezaron a dolerme de nuevo, como siempre que dañaba a un enemigo indefenso, pero parecía haber algo más en el dolor.

Sobreponiendome, me probé una cota de mallas que habín encontrado mis compañeros, más robusta que la que llevaba y que parecía estar dotada de energía arcana. Tras un breve descanso para recuperar fuerzas, seguimos explorando las cámaras. Nos dispusimos a abrir una puerta al final de un estrecho pasillo. Tras ella, se encontraba una balconada sobre una lúgubre sala donde unas cadenas unidas al suelo parecían haberse usado frecuentemente para sacrificios. Por las paredes y el suelo, innumerables ojos grabados en la piedra parecían observarnos. En la balconada, una estatua representando a una criatura con forma de sapo presidía la estancia.


Tres hobgoblin y un enorme lobo nos aguardaban en lo que sin duda era la cámara de los ojos. El lobo subió rápidamente por las escaleras, derribando a Ian, quien encabezaba la incursión, bloqueándonos el paso. Earsel y Kanon salieron corriendo buscando otra forma de entrar, mientras Lilith se teleportaba al interior, golpeando a uno de los hobgoblin. Mientras ayudaba a Ian a levantarse, otros dos hobgoblins armados con ballestas dispararon a Lilith desde el otro lado de la estancia.

Mientras el hobgoblin que estaba encarado con Lilith saltaba al piso inferior, Ian se puso frente al lobo al grito de "Lilith, mira que valiente soy". Tras intercambiar estocadas y dentelladas, el lobo bajó al piso inferior, intentando ganar movilidad.  Kanon y Earsel irrumpieron en la estancia a través de unas puertas dobles,  mientras la eladrin hacía un salto mortal con doble pirueta persiguiendo a su enemigo, mientras este recibia una descarga de hielo procedente de la maga, a quien le empezaba a surgir un moratón de su encontronazo con la puerta del combate anterior. Viendo el potencial peligro que suponía, los dos hobgoblin restantes le dispararon con sus ballestas.

 En la entrada de la cámara, seguía confuso y aturdido. Mi lanza de fe parecía no surtir efecto, y la presencia de Kélemvor perdía terreno frente a la corrupción que envenenaba mis cicatrices. Levantando la vista, vi cómo Ian intentaba emular a su maestra saltando por la barandilla y torciéndose un tobillo en el proceso. El lobo intentó atacar a Earsel, pero Kanon se interpuso con una flecha disparada a bocajarro. Mientras, Lilith se había puesto junto al lobo, golpeándole mientras Kanon le remataba.

 Conseguí llegar junto a mis compañeros. Levantando mi símbolo sagrado, invoqué mi luz amedrantadora contra uno de los hobgoblin restantes quien, emitiendo rayos de luz por cada orificio de su cuerpo, se desgarró en pedazos. Mientras, mis lanzas de fe seguían fallando contra el enemigo restante, varios misiles mágicos de Earsel y Kanon, dieron cuenta de él.  Notaba como la presencia de Kélemvor se difuminaba en mi interior, mi dios no respondía a mis plegarias.

Investigamos el resto de la sala. Reconocimos la estatua como una de las representaciones de Torog, dios de las torturas. Earsel nos contó de nuevo la historia del dios oscuro que habíamos oído en el Salón de las Siete Columnas, mientras Lilith mascullaba "ya está otra vez la pesada". Entre extraños bailoteos, el semielfo guiaba la exploración a través de la sala común, donde encontramos algo de dinero, joyas y una poción de curación. Tarareando "explórame, explórame, explo...." Kanon llegó al pozo de suministro de agua de los Asaltantes Sangrientos. Convencido de que había algo en el agua, se zambulló en el pozo, haciendo extrañas piruetas y bailes en el agua, en uno de esos alardes de escasa masculinidad de los que hace gala en ocasiones nuestro explorador.

Tras terminar de explorar, intentamos volver al salón. Tras dar vueltas y vueltas por los pasadizos de la caverna, llegamos a una estancia familiar. Habíamos vuelto por nuestros pasos hasta la cámara de los ojos. Viendo que el camino de vuelta no era tan sencillo como parecía, acordamos pasar la noche allí. Earsel realizó un breve ritual, que nos prepararía el campamento, a la vez que ocultaba nuestro sonido al resto del mundo.

 Me apliqué los ungüentos de Palandra, tras rechazar la oferta de Ian de ayudarme, y me dispuse a recitar mis oraciones. De nuevo, me sentía disperso y ausente, por primera vez en mi vida desde la muerte de mi famiia, no me sentía en comunión con mi Dios.



Diario de Andrew Wiggin 
Vigésimo Tercer día de Alturiak, 1480 DR

 A la mañana siguiente, los sirvientes invocados por Earsel desmontaron nuestro campamento, agotando las energías desencadenadas por el ritual. Vagando por los túneles, pudimos ver dónde nos habíamos equivocado ayer, y tras un par de horas de marcha, llegamos al Salón de las Siete Columnas, que bullía de actividad.

 Tras asearnos en nuestras habitaciones de la posada de la Medialuna, nos dirigimos a ver a Gendar. Saludé al drow quien, zalamero, dirigió su atención hacia Earsel y Lilith, invitándolas a tomar hidromiel, seguido de unas palabras, supongo que en dialecto drow, que sonaron a "ifyu nougüa taimin".



 Tras unos cuantos comentarios lascivos hacia Earsel y Lilith, para incomodidad de la maga y los celos de Ian, le comenté que teníamos su daga. La eladrin me apartó ligeramente, indicándome que primero le exigiese que nos diera la información. Volví con el drow, quien claramente había oído todo. Tras un par de trivialidades, le tendí la daga, fingiendo que la desconfianza de Lilith no era compartida. Aunque tenía claro que el elfo oscuro no era de fiar, no nos vendría mal tener un informador que pudiese pulsar los hilos más oscuros de esta ciudad. Viendo las manchas de sangre, me lanzó una mirada inquisitiva. "Krand te manda recuerdos", le dije sonriendo. Nos comentó que una gran cantidad de esclavos has sido vistos en posesión de los dwergar, quienes se los han llevado al interior del laberinto.

 Agradecido por los recuerdos de Krand, nos arrojó una bolsa con 300 monedas. "¿Tienes algún encargo más para nosotros" le pregunté. "Bueno... igual en vuestras pesquisas os encontráis con un cetro, me gustaría verlo de nuevo". "¿Alguien a quien dar recuerdos en especial?". "Ummm... no en en realidad". Con un apretón de brazos, me despedí de Gendar. Al salir de la tienda de curiosidades y reliquias, Lilith estaba claramente molesta sobre estar al servicio del drow. Intenté razonar con ella, indicando que no es que nos estuviesemos convirtiendo en mercenarios al servicio de nadie, sino que, en caso de encontrarnos con el cetro, podíamos ganarnos la confianza del elfo oscuro, para estar al tanto de los rumores de la ciudad. Tampoco importaba demasiado que supiese de nuestros planes, puesto que no nos caractizarabamos precisamente por la sutileza en nuestras pesquisas.

Nos dirigimos al puesto de comercio de los dwergar, coronado por un emblema de un martillo y unos grilletes. Allí, inspirado por la discusión con Lilith y para pavor de Ian, intenté hacernos pasar por unos mercenarios buscando trabajo en el fuerte. Sin embargo, los dos enanos de las montañas presentes en el puesto se mostraron manifiestamente hoscos, echándonos de su negocio. Sin mucho más que pudiesemos hacer, volvimos a la posada de Rendil. Una vez alli, tras cruzarnos unos mensajes gracias a Charrak, pudimos conocer a Terrlen el buscador. Nos comentó que el viaje hasta el Fuerte del Cuerno, como se llamaba la fortaleza dwergar, nos llevaría media semana de viaje. Cerramos el trato para salir hacia allí a la mañana siguiente.

 Mientras mis compañeros se dirigían a las habitaciones, les comenté que tenía algo que hacer. Me encaminé hacia el templo de Gond. Allí, Palendra me aplicó por última vez los ungüentos curativos. Mi cuerpo ya no podía sanar más, a partir de ahí, ya todo sería cuestión de que las energías de mi dios consiguiesen mantener a raya la plaga que me contaminaba. Tras oír mi historia, Palendra me aconsejó que volviese a entrar en comunión con mi Dios rezando en un recinto sagrado como podía ser su templo, donde podría renovar mi fe. Una vez aplicados los ungüentos, me dejó a solas. Pude ver mis errores. Me había dejado llevar por mis intereses personales, dejando a un lado los preceptos de mi Dios. Pasé esa noche en vela, orando y reflexionando. No me dejaría llevar de nuevo por la venganza, a partir de ahora debía ser siempre Kélemvor quien guiase mis actos.
Aproximadamente cuando los primeros rayos de luz empezaron a bañar la montaña bajo la cual nos encontrábamos, pude notar como la presencia de mi Dios me inundaba de nuevo. Agradecido, me encaminé de vuelta a la posada, reconfortado y dispuesto a soportar las chanzas que una noche fuera seguro que habrían levantado. Tras un desayuno entre puyas y planes, nos aventuramos con Terrlen mas allá de las puertas hacia las sombras.

1 comentarios:

Oona dijo...

Los sapos no tienen dientes, todo el mundo lo sabe... (it is known!)

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