sábado, 29 de diciembre de 2012
5:56 | Publicado por
Oona |
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Ésta sería sin duda la más dura lucha que me tocaría vivir hasta
la fecha, y estoy segura de que a mis compañeros también, pero aún no lo
sabíamos. No teníamos idea de lo cerca que íbamos a estar de no volver a
levantarnos, de acompañar a los espíritus de los tres aventureros caídos que
guardaban el lugar. De morir como héroes.
Las terroríficas columnas |
Tras asegurarnos de que los tres objetos seguían en el almacén
donde los dejamos, nos aproximamos a las puertas dobles de orientación sur. La
cara de Earsel se torció en un gesto preocupado y nos indicó mediante gestos
que había multitud de voces que provenían del interior, pero decidimos abrir
las puertas de todas formas. Al hacerlo, recibimos una bocanada de aire
caliente y vimos espantados cómo desde el suelo de la sala de piedra negra se
alzaban varias columnas hechas de cuerpos que parecían humanos, que se
retorcían entre sí desplegando brazos y piernas y emitiendo sonidos guturales.
Con el vello erizado de espanto, me aproximé a una de ellas sin llegar a
tocarla. En ese momento, Earsel nos advirtió que era muy posible que estuvieran
siempre cambiando, y así lo comprobamos cuando la maga impactó en uno de los
cuerpos y fue inmediatamente sustituido por otro que se encontraba más atrás.
La escena resultaba realmente grotesca, aunque no parecía ser especialmente
peligrosa. Pronto veríamos que sí lo era.
Los demás fueron adentrándose en la sala. En ese momento vimos
emerger de la masa de carne unos cuerpos rojizos que nos resultaban
dolorosamente conocidos: unos evistros que Kanon no pudo esquivar. Aunque el
infierno se desató justo después, cuando vimos cómo todos los brazos de las
columnas se extendieron hacia nosotros, inmovilizándonos a todos salvo a la
elfa. Nos tratamos de zafar del agarrón con mayor o menor suerte, pero no
habíamos visto a varios demonios más que debían haber surgido del fondo de la
estancia y que pronto nos rodearon. Había que escapar hacia la entrada, mas no
contábamos con la suerte de nuestro lado. Los ojos de las figuras de las columnas
empezaron a brillar con una energía aterradora, y huimos en diferentes
direcciones. Nos estaban separando. Teníamos que irnos. Empezamos a replegarnos
hacia la puerta mientras repelíamos los zarpazos de los evistros, acabando con
uno de ellos, cuando apareció un enorme barlgura que se unió al acoso que
estábamos sufriendo. Las bocas de las figuras de las columnas en ese momento
comenzaron a vomitar ácido, hiriéndonos tanto a nosotros como a nuestros
enemigos. La situación era muy complicada, estábamos avanzando hacia la puerta
pero lo hacíamos tan lentamente y estábamos recibiendo tantos ataques que Ian
apenas era capaz de mantenerse en pie mientras acababa con otro de los
demonios. Éstos debían ver claramente quién se encontraba en una situación más
vulnerable, ya que en ese momento lo rodearon y empezaron a atacarlo en grupo
hasta que cayó al suelo. Pero lo peor estaba a punto de suceder.
Rodeados |
Noté cómo el espeso aire caliente empezó a agitarse, y de repente
nos vi a Ian y a mí al fondo de la sala, cerca de un altar pero lejos de
cualquier posible ayuda, con lo que lo socorrí lo mejor que pude para que fuera
capaz de levantarse. Dos de los evistros y el barlgura habían aparecido cerca
de nosotros, así que tenía que hacerlo antes de que lo alcanzaran de nuevo.
Estábamos solos frente a tres peligrosos enemigos. Y las columnas volvían a
atacar con ácido, así que Ian cogió rápidamente una campana que se encontraba
sobre al altar y nos parapetamos al fondo de la sala. Había que resistir todo
lo posible hasta que llegara la ayuda.
Pero la ayuda no llegaba. Y los demonios cada vez atacaban más
fuerte. Nos empezamos a defender sin poder retroceder más; estábamos
condenados. Ian cayó una vez más y pude reanimarlo, pero los demonios sabían
que era él quien llevaba la campana que protegían y lo rodearon, dejándolo
inconsciente de nuevo. Grité pidiendo auxilio sin saber si serviría de algo. Recuerdo
un fuerte ataque justo antes de golpear mi cabeza contra el suelo, y oscuridad.
Abrí los ojos en un punto diferente de la sala, cerca de Andrew,
que parecía gravemente herido, y del barlgura y los dos evistros, que no
cesaban en su acoso. No habría sabido decir cuánto tiempo llevaba allí, ni qué
había pasado con Ian, al que había visto por última vez inconsciente en un charco
de sangre. Desde el fondo, Kanon y Earsel atacaban a los enemigos, aunque
pronto tuvieron que acercarse para tratar de salvar al clérigo, que acababa de
caer al suelo. Yo estaba en una dura lucha cuerpo a cuerpo con los tres
enemigos a la vez, pero con la ayuda de Kanon pudimos acabar con todos pese a
un nuevo ataque ácido. A partir de entonces, las columnas se quedaron abatidas
y dejaron de atacar.
¿Estaría...? |
En ese momento lo vi. En una estancia alejada, yacía el cuerpo
inmóvil de Ian. No sé si el aire se hizo más pesado de repente, pero a mí me lo
pareció. Corrí hacia él por un pasillo que en otra situación seguramente me habría
resultado más corto durante unos instantes que parecieron horas, y tomé la
poción de curación que llevaba en el cinturón sin saber si a esas alturas
serviría para algo. Me agaché junto a él acercándola a su boca, y pasaron unos
momentos demasiado largos hasta que supe que aún respiraba. Noté las lágrimas
caer por mi rostro cuando el color empezó a volver al suyo, y en cuanto volvió
a abrir los ojos me levanté y me giré hacia el altar donde reposaba de nuevo la
campana. No quería que me vieran así, por lo que me limpié la cara lo mejor que
pude y la cogí. Sé que me hirió con unas gruesas espinas que en ese momento
surgieron de su base por el color que empezó a tomar mi mano, aunque no noté
dolor. Creo que la dejé caer, o alguien la cogió. Era demasiado.
Tras aquel duro episodio, nos retiramos para tomar el descanso que
tanta falta nos hacía. En el camino hacia el refugio mis compañeros me dijeron
que habían guardado la campana que casi nos cuesta la vida junto con el resto
de objetos mágicos para así tenerlo todo listo al día siguiente. Gracias a
Earsel, aquella noche pudimos descansar como merecíamos, incluso asearnos para
afrontar el siguiente día.
Nos levantamos dispuestos a acabar con el mal que reinaba en el
Pozo de los Demonios de una vez por todas. Era la tercera jornada que íbamos a
pasar allí; tan sólo quedaban cuatro para que Terrlen nos abandonara a nuestra
suerte y tuviéramos una poco grata compañía cortesía de los tiflin que Andrew
amenazó. Pero antes de colocar los objetos en las runas, decidimos montar la
daga rota, ya que era el único de los cuatro objetos que no parecía exhibir
ningún tipo de cualidad especial. ¿Acaso se trataba de unos simples pedazos de
acero? Supimos que no era así en cuanto Ian terminó de montar la hoja sobre la
empuñadura y se volvió hacia mí fuera de sí, con la mirada perdida. Tuve la
habilidad o la suerte de esquivar la hoja que se dirigía a mi cuello justo a
tiempo. Al derribarlo y soltar la daga volvió en sí y apareció confuso y
afectado ante nosotros. Al parecer, esta expedición le estaba pasando factura
también.
Finalmente Kanon recogió la daga con cuidado de no empuñarla y
entre todos llevamos los objetos a la sala donde se encontraban los círculos
rúnicos. No sabíamos qué iba a pasar tras colocarlos, por lo que pasamos varias
horas de trabajo limpiando la zona de posibles peligros. El momento había llegado.
A la señal de Earsel, colocamos los objetos simultáneamente sobre las runas,
que en ese momento empezaron a refulgir. Primero fueron breves pulsos y pronto
fueron haciéndose más constantes, hasta que quedaron iluminadas. De repente,
las pocas puertas que habíamos dejado entreabiertas golpearon fuertemente al
abrirse de golpe, el suelo empezó a temblar y un fuerte rugido que parecía
surgir de todas partes inundó la sala. Había empezado.
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2 comentarios:
"Me agaché junto a él acercándola a su boca"
Juro que había leído "acercándome" y estaba viendo una escena tipo "La Bella Durmiente"!
¿Por qué todos pensáis en modo Disney? Habría que haberte visto a ti con las "friegas"...
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