domingo, 14 de abril de 2013
15:22 | Publicado por
Oona |
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Nos despertamos llenos de energía y con el optimismo que sólo da la
ignorancia ante lo inminente. Nuestra entrada en la pirámide había sido
relativamente dura, y en ese momento creímos que lo siguiente que nos
encontráramos en nuestro camino no podía ser tan terrible.
Decidimos seguir por el pasillo norte, que acababa en una puerta al final
de una escalera ascendente. Kanon se adelantó y vio un recodo tras el cual una
segunda puerta se alzaba ante nosotros. Un gesto del explorador nos sirvió para
saber que tras ella había al menos dos humanos, y nos acercamos de la manera
más silenciosa posible para estar preparados. Entornó la puerta con cuidado y
pudimos ver una amplia estancia soportada por varios pilares de piedra y tres
juegos de puertas dobles, uno de los cuales se encontraba parcialmente tapado
por escombros. En ella, tres figuras humanas se movían y hablaban entre sí de
manera nerviosa. No tardaron en vernos y dar la alarma.
-
Vaya, así que tenemos visita… - por el timbre de voz supimos sin lugar a
dudas que su líder se trataba de un dracónido.
Gharash Vren |
Earsel atacó con una bola de fuego en el interior de la estancia, sin
embargo sólo uno de los tres humanos cayó ante su ataque. Rápidamente entramos
tratando de ganar terreno, y vimos al dracónido al que pudimos identificar como
Gharash Vren gracias a los carteles de “Se busca” que habíamos podido ver en
Refugio Invernal y Arabel. Además, los gritos de alarma habían atraído a varios
ballesteros que nos atacaban sin descanso desde la distancia. Pudimos comprobar
con horror cómo el dracónido era capaz de cerrar sus propias heridas y las de
sus compañeros, lo que nos dificultaba el combate, por más que fuéramos
abatiendo poco a poco a los enemigos. Nuestras fuerzas empezaban a verse
seriamente mermadas, pero parecía que al fin los estábamos reduciendo. Entonces,
el último de los ballesteros, viéndose solo ante todos nosotros, salió
corriendo hacia la puerta de los escombros y empezó a golpearla con gran nerviosismo.
Rápidamente supimos que nada bueno podía pasar a partir de aquello, y tanto Ian
como yo adelantamos posiciones hacia la puerta para recibir a lo que fuera a
salir de allí. En seguida oímos un golpe seco seguido de un gran estruendo que
se llevó todo por delante: los escombros, la puerta, parte del techo y al
ballestero, que cayó sobre una bola ígnea de Earsel, muriendo en el acto. Lo
que de allí surgió sólo podría describirse como aberración. Una corpulenta
figura humanoide pero con rasgos caninos arremetió contra mí, para
transformarse enseguida en un lobo de formidables dimensiones que nos atacaba
con mayor ferocidad si cabía. Apenas teníamos fuerzas ya, y nos costó bastante
abatir a la bestia, que entretanto había logrado mordernos a Andrew, Ian y a mí
misma, infectándonos con lo que temíamos que fuera la enfermedad licántropa que
ya habíamos tenido el dudoso honor de conocer de bastante primera mano.
Me encontraba débil y mareada, pero sabía lo que tenía que hacer: me
acerqué al cadáver de Gharash y tomé su armadura, de una factura exquisita, y
con mis últimas fuerzas corté su cabeza, la envolví en una de las túnicas de
sus esbirros y la guardé en la bolsa de contención. Nos vendría bien la
recompensa una vez saliéramos de allí.
La estancia me daba vueltas mientras me acercaba hacia la habitación donde
habíamos decidido descansar. Earsel estaba asegurando la puerta mediante un
ritual y Andrew e Ian, claramente enfermos también, se encontraban en sendos
camastros sufriendo lo que parecía un sueño febril. Al ver mi cara, Kanon me
dirigió hacia el tercer camastro justo a tiempo de que me desvaneciera sobre
él.
Oía una voz grave llamándome, y abrí los ojos. Lo que vi entonces fue una
esfera con una cabeza encapuchada dentro, llamándome por mi nombre, con la voz
de mi padre. Con un gesto rápido, echó la capucha hacia atrás y pude ver que se
trataba de un tiflin que sólo podía ser Kárvakos, con una runa brillante en la
frente. La runa estaba emitiendo mucho calor, sentí una gran furia dentro de
mí, y de alguna manera me hizo atacar al rostro con mis manos desnudas,
clavándole los dedos en los ojos. Me llevé las manos ensangrentadas a la boca,
tenía que relamer la sangre. Cuando miré de nuevo al rostro cegado, era el de
Ian. Algo me oprimía la garganta, rasgando mi voz.
Desperté entre sudores fríos para ver a Andrew prácticamente exhausto
imponiéndome las manos y a Earsel a su lado repitiendo rápidamente entre
susurros todo lo que él decía, como si quisiera memorizar todos los pasos que
estaba dando el clérigo. Él seguía muy enfermo por lo que pude ver, pero en
cuanto vio que me reponía, fue junto con Earsel a tratar de sanar a Ian, que se
retorcía en su camastro. Durante varios interminables minutos, Andrew no dejó
de recitar las palabras del ritual de curación mientras Ian rechinaba los
dientes y yo agarraba su mano. Cuando terminó el ritual, dejó de respirar
durante unos instantes y a mí se me encogió el estómago hasta que finalmente
abrió los ojos, claramente desmejorado pero vivo y sano. Se levantó y se apoyó
en mí, ya que flaqueaba.
-
Llegó el momento – Andrew cayó sentado en el camastro que Ian acababa de
dejar libre. – Hazlo.
-
No sé si podré – era la primera vez que veía tanto miedo en el rostro de
Earsel.
-
Podrás. Tienes que hacerlo – el clérigo tendió su agotado cuerpo a lo largo
del camastro mientras la maga se concentraba junto a él y los demás conteníamos
la respiración a sólo unos pasos de distancia.
Todo volvía a repetirse, Andrew se retorcía y rechinaba los dientes
mientras Earsel imponía sus manos sobre él. Nos manteníamos en tensión,
esperando alguna señal, algún gesto de que lo estaba consiguiendo. Finalmente,
el ritual terminó, y como ya había visto antes, el enfermo dejó momentáneamente
de respirar, con un gesto de paz interior en su rostro que no habíamos visto en
las últimas horas. Earsel lo miraba fijamente, buscando de nuevo su aliento. Un
aliento que no llegaba.
-
No, no, no puede ser…
Ninguno podíamos creer lo que estaba pasando. Earsel seguía agachada junto
al camastro, pero ya no luchaba, sólo dejaba que las lágrimas cayeran por su
rostro. Empecé a temblar, y pude ver a Kanon fruncir el ceño en un gesto de
amargura mientras Ian me abrazaba.
Tras un tiempo indeterminado en el que tratamos de calmarnos, Earsel pudo
secar en parte su rostro con las mangas de su túnica para sacar de la
habitación el cuerpo de Andrew ayudada por Kanon. Tomó el amuleto protector y
el símbolo sagrado para sí y le tendió la linterna a Kanon con una mueca de
dolor. Lo despediríamos con fuego, una sepultura digna, como la que él habría
querido.
El adiós |
Mientras veíamos cómo las llamas consumían lo que quedaba de nuestro amigo,
me dirigí a Ian con un nudo en la garganta sacándome el colgante de Corellon:
-
Si algo me pasa, sólo te pediré dos cosas: que te quedes con esto y que
avises de mi suerte a Hadarail Lorhalien en Luna Alta.
- En tal caso rezaré con todas mi sfuerzas a Tyr, y a tu misma deidad patrona Corellon para que nunca tenga que llegar a hacer tal cosa.
Finalmente, Earsel pareció dispuesta a dejarlo ir.
-
Novaer, mellon. Que la luz de Kelemvor te guíe directa a su juicio como te ha guiado en vida.
-
Novaer, mellon – susurramos Kanon y yo al unísono.
-
Adiós, amigo – se despidió el humano.
Con voz grave, Vyrellis se dirigió a todos con un gesto de respeto ante el
dolor que estaba viendo.
-
Siento la pérdida de vuestro amigo.
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